Estas cartas que narran los hallazgos de las expediciones de
Cristobal Colón a las Indias fueron publicadas por primera ver en el año 1493.
A diferencia de los primeros libros de aventura este es un
relato donde el narrador y escritor vive los hechos y no hay nada ficticio.
Aquí dejo la carta primera donde Colón narra a los reyes su
llegada a Las Indias.
Señor, porque sé que habréis placer de la gran
victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, vos escribo ésta, por la
cual sabréis como en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la
armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo
hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he
tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me
fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador [isla
Watling] a comemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto
ha dado; los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de
Santa María de Concepción [Cayo Rum]; a la tercera Fernandina [Isla Long]; a la
cuarta la Isabela [Isla Crooked]; a la quinta la isla Juana [Cuba], y así a
cada una nombre nuevo.
Cuando yo llegué a la Juana, seguí yo la costa de ella al
poniente, y la hallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la provincia
de Catayo. Y como no hallé así villas y lugares en la costa de la mar, salvo
pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía haber habla, porque
luego huían todos, andaba yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar
grandes ciudades o villas; y, al cabo de muchas leguas, visto que no había
innovación, y que la costa me llevaba al setentrión, de adonde mi voluntad era
contraria, porque el invierno era ya encarnado, y yo tenía propósito de hacer
de él al austro, y también el viento me dio adelante, determiné de no aguardar
otro tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, de adonde envié dos
hombres por la tierra, para saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron
tres jornadas, y hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente sin número, mas
no cosa de regimiento; por lo cual se volvieron.
Yo entendía harto de otros Indios, que ya tenía tomados,
como continuamente esta tierra era isla, y así seguí la costa de ella al
oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo vi otra isla
al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la cual luego puse nombre la
Española y fui allí, y seguí la parte del setentrión, así como de la Juana al
oriente, 188 grandes leguas por línea recta; la cual y todas las otras son
fertilísimas en demasiado grado, y ésta en extremo. En ella hay muchos puertos
en la costa de la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y
hartos ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son
altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la
isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil fechuras, y todas andables, y
llenas de árboles de mil maneras y altas, y parece que llegan al cielo; y tengo
por dicho que jamás pierden la hoja, según lo puedo comprehender, que los ví
tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban
floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es su calidad;
y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de noviembre
por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis o ocho maneras, que es admiración
verlas, por la deformidad hermosa de ellas, mas así como los otros árboles y
frutos e hierbas. En ella hay pinares a maravilla y hay campiñas grandísimas, y
hay miel, y de muchas maneras de aves, y frutas muy diversas. En las tierras
hay muchas minas de metales, y hay gente en estimable número. La Española es
maravilla; las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras
tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas
suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no
habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los
más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos e hierbas hay grandes diferencias
de aquellas de la Juana. En ésta hay muchas especierías, y grandes minas de oro
y do otros metales.
La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado
y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus
madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja
de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro,
ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y
de hermosa estatura, salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras
armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual
ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me
ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber
habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar
huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho
mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado
de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello
cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se
aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo
que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan,
pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y
muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor,
quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que
sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen
cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y
cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la
mejor joya del mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro
peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían,
mucho más; ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque
fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado.
Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que
tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo
graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de
esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de
toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que
tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría
salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy
firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me
recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede
porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan
todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de
todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé
tomé por fuerza algunos de ellos, para que deprendiesen y me diesen noticia de
lo que había en aquellas partes, así fue que luego entendieron, y nos a ellos,
cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado mucho. Hoy en día los traigo
que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que
hayan habido conmigo; y éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo
llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas
con voces altas: venid, venid a ver la gente del cielo; así, todos, hombres
como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban
grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un
amor maravilloso. Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas, a manera
de fustas de remo, de ellas mayores, de ellas menores; y algunas son mayores
que una fusta de diez y ocho bancos. No son tan anchas, porque son de un solo
madero; mas una fusta no terná con ellas al remo, porque van que no es cosa de
creer. Y con éstas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y tratan
sus mercaderías. Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y
cada uno con su remo.
En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura
de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se
entienden, que es cosa muy singular para lo que espero que determinaran Sus
Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual son muy
dispuestos.
Ya dije como yo había andado 107 leguas por la costa de
la mar por la derecha línea de occidente a oriente por la isla de Juana, según
el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia
juntas; porque, allende de estas 107 leguas, me quedan de la parte de poniente
dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Avan, adonde
nace la gente con cola; las cuales provincias no pueden tener en longura menos
de 50 o 60 leguas, según pude entender de estos Indios que yo tengo, los cuales
saben todas las islas.
Esta otra Española en cierco tiene más que la España
toda, desde Colibre, por costa de mar, hasta Fuenterrabía en Viscaya, pues en
una cuadra anduve 188 grandes leguas por recta línea de occidente a oriente.
Esta es para desear, y vista, para nunca dejar; en la cual, puesto que de todas
tenga tomada posesión por Sus Altezas, y todas sean más abastadas de lo que yo
sé y puedo decir, y todas las tengo por de Sus Altezas, cual de ellas pueden
disponer como y tan cumplidamente como de los reinos de Castilla, en esta Española,
en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo
trato así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá del Gran Can,
adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa grande, a
la cual puse nombre la villa de Navidad; y en ella he hecho fuerza y fortaleza,
que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dejado en ella gente que
abasta para semejante hecho, con armas y artellarías y vituallas por más de un
ano, y fusta, y maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande
amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se preciaba de me
llamar y tener por hermano, y, aunque le mudase la voluntad a ofender esta
gente, él ni los suyos no saben que sean armas, y andan desnudos, como ya he
dicho, y son los más temerosos que hay en el mundo; así que solamente la gente
que allá queda es para destruir toda aquella tierra; y es isla sin peligros de
sus personas, sabiéndose regir.
En todas estas islas me parece que todos los hombres sean
contentos con una mujer, y a su mayoral o rey dan hasta veinte. Las mujeres me
parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido entender si tienen bienes
propios; que me pareció ver que aquello que uno tenía todos hacían parte, en
especial de las cosas comederas.
En estas islas hasta aquí no he hallado hombres
mostrudos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo
acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y
no se crían adonde hay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad que el
sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de la línea equinoccial
veinte y seis grados. En estas islas, adonde hay montañas grandes, allí tenía
fuerza el frío este invierno; mas ellos lo sufren por la costumbre, y con la
ayuda de las viandas que comen con especias muchas y muy calientes en demasía.
Así que mostruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la
segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en
todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen
muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman
cuanto pueden; ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen
costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de
las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no
tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado
cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquéllos
que tratan con las mujeres de Matinino, que es la primera isla, partiendo de
España para las Indias, que se halla en la cual no hay hombre ninguno. Ellas no
usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos, de cañas,
y se arman y cobijan con launes de arambre, de que tienen mucho.
Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que
las personas no tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de ésta y
de las otras traigo conmigo Indios para testimonio.
En conclusión, a hablar de esto solamente que se ha hecho
este viaje, que fue así de corrida, pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro
cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me darán;
ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas mandarán, y almástiga cuanta
mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se ha hallado salvo en Grecia en la
isla de Xío, y el Señorío la vende como quiere, y ligunáloe cuanto mandarán
cargar, y esclavos cuantos mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo
haber hallado ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré, que
habrán hallado la gente que yo allá dejo; porque yo no me he detenido ningún
cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de navegar; solamente en la villa
de Navidad, en cuanto dejé asegurado y bien asentado. Y a la verdad, mucho más
hiciera, si los navíos me sirvieran como razón demandaba.
Esto es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a
todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles; y
ésta señaladamente fue la una; porque, aunque de estas tierras hayan hablado o
escrito, todo va por conjectura sin allegar de vista, salvo comprendiendo a
tanto, los oyentes los más escuchaban y juzgaban más por habla que por poca
cosa de ello. Así que, pues Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros
ilustrísimos rey e reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda
la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar gracias
solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento
que habrán, en tornándose tantos pueblos a nuestra santa fe, y después por los
bienes temporales; que no solamente la España, mas todos los cristianos ternán
aquí refrigerio y ganancia.
Esto, según el hecho, así en breve.
Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de
febrero, año 1493.
Hará lo que mandaréis
El almirante.
trabajos citados
http://www.ensayistas.org/antologia/XV/colon/
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