En esta ocasión hablaré sobre algo sumamente interesante ya que tiene mucho que ver con nuestros
antepasados y esto es la leyenda de fuego de los Wixarikás o mejor conocidos
como Huicholes.
El pueblo huichol es unos de
los pocos que se a mantenido desde antes de la conquista española. Ellos siguen
fieles a sus tradiciones e ideologías.
Una de las cosas por las que
es tan conocido este pueblo es por sus leyendas, como la del maíz o la del
nacimiento del fuego que es de la que hablaré hoy.
Ésta es una leyenda fundamental, cuando los huicholes hacen su
peregrinación a Wirikuta (el país del peyote) siempre empiezan contando esta
leyenda antes de partir. Este relato se divide en tres partes; En tinieblas, el
sacrificio de masha y un regalo para los dioses.
En tinieblas
Antes, mucho antes, en el Medio Mundo, que se ubica bajo el cielo y por
encima del inframundo, no había fuego, ni luna, ni sol, ni gente. Había
animales pero eran todos nocturnos porque no había luz. Nadie conocía a nadie
porque nadie podía ver nada. Todos chocaban entre sí, algunos se peleaban,
otros se devoraban. Los animales vivían en las cavernas, en las grietas, bajo
las piedras. Vivían todos: el murciélago, el león de agua, el búho, la lechuza,
el tejón, la rata, el gato montés, el tlacuache, las serpientes y los
escorpiones. Todos.
El nacimiento de Tai
Entonces, un buen día, en medio de las tinieblas, en su morada
subterránea, se movió cinco veces Tate’ Yuliana’ka, la Madre Tierra, tratando de alzarse.
En el primer intento por levantarse, todos pudieron ver en el horizonte
algo así como la lumbre de un cigarro a punto de apagarse. En el segundo
intento, logró alzarse un poco más y todos vieron algo así como un sol oscuro,
como un sol de eclipse. En el tercer intento ocurrió una fuerte sacudida y algo
aclaró, como si fuera el principio de un amanecer. Los animales se miraban
asombrados, sin saber qué cosa era aquello. Hubo un cuarto intento que trajo
mayor claridad y mayor asombro.
Finalmente cuando la Madre Tierra se sacudió por quinta vez apareció,
lujoso y cálido, Tatewari, el Dios del Fuego a quien también se da el nombre
cariñoso de Tai. Apareció en el centro del mundo, en Teakata. Tai era una
lumbre nunca antes vista. Los animales estaban extasiados.
El sacrificio de Masha
Pero había un animal que estaba particularmente cerca del fuego y
particularmente asustado que, además, estaba encandilado: era Masha, el venado.
Tai saltó sobre él, lo mató con sus propias manos, lo limpió y colgó su
cuerpo de un árbol. Entonces, como fuego que era, se puso debajo del venado,
para calentarlo. La grasa del venado que caía sobre Tatewari, alimentaba la
flama y, poco a poco, del fuego fue saliendo la figura de un hombre que llevaba
una luz en el pecho. Todo esto lo veía allá en el este, desde Le’unar, en el Cerro Quemado, Tamatz Kallaumari, el
Hermano Venado Mayor, que observaba.
Los animales salvajes, atraídos por la luz, comenzaron a acercarse. Tate’warí les ofreció la carne de Masha pero ellos la
rechazaron, no les gustó cocida. Desde entonces, los animales salvajes sólo se
alimentan de carne cruda.
Una emboscada
Tai se levantó, se echó el venado a la espalda y se fue solo por los
barrancos.
Entonces, apareció Tzaurishikame, el viento, y dijo a los animales:
— ¿Por qué lo dejaron ir? Debían haberlo matado aquí mismo, con sus
flechas.
—Lo dejamos ir porque él es el Fuego —contestaron los animales— él es la
señal de que pronto habrá lumbre para todos en el mundo. Pero si tu deseo es
que muera, nosotros lo cazaremos con nuestras flechas.
Lo alcanzaron. El primero que disparó fue Maye, el león, le tiró con una
flecha de popote que resbaló por el costado de Tate’warí, sin herirlo mayormente. Luego tocó su turno a
Tatei Ipau, la serpiente brava, que lanzó una flecha de tzipurra, sin hacer
daño alguno. Los siguientes dos intentos los hicieron con flechas de carrizo la
serpiente chica de cascabel llamada Rainú y Jaiki, la boa negra del agua. Pero
ninguna dio en el blanco.
Llenos de cólera, los animales se dirigieron a Rurave Temai, la Estrella
Nueva, la que se asoma en lo alto del cerro:
—Remata a Tatewari —le dijeron— nuestras flechas de carrizo y popotes,
son flechas de niños que nada pueden contra el poder del Fuego.
Desde lo alto de su peña, Rurave Temai disparó su flecha y alcanzó a
Tate’warí que se vino al suelo
lanzando un torbellino de chispas azules.
—Rurave Temai —exclamó Tate’warí— ¡has
derribado al Fuego!, sólo por eso te quedarás para siempre cuidando el Medio
Mundo.
Y es por esta decisión que todavía en nuestros días, la Estrella Nueva
vigila al Medio Mundo y lo defiende de las grandes serpientes que, en el
momento en el que les nacen alas, amenazan con salir a comerse a la gente. Pero
la Estrella Nueva les lanza sus flechas y las extermina en el agua.
El rescate de Tate'warí
Tai había caído y estaba convertido en un viejo. Entonces, Tamatz
Kallaumari, el Hermano Venado que observaba desde el Cerro Quemado, ordenó a
los animales:
—Vayan por él, levántenlo y tráiganlo acá, conmigo.
La primera en obedecer fue Rarei Vivieri, una víbora rayada de blanco y
negro, le siguió la víbora gris Murreka y, luego, Wikurrao, la que vive
enroscada en el tronco de los árboles. Las tres hablaron con Tai, trataron de
moverlo, pero nada lograron: Tate’warí permanecía inmóvil
y mudo, como si estuviera muerto.
Un regalo para los dioses
Cuando los hermanos se alejaron para regresar junto al fuego, el
tlacuache sacó de su bolsa el carbón y corrió a ofrecerlo a los dioses que lo
estaban ansiando. Lo ofreció a cada uno de los dioses de cada uno de los cinco
puntos cardinales. En ese momento, en cada punto se levantó una inmensa
hoguera. Surgieron, en total, cinco hogueras.
Los venados guardianes supieron de inmediato que el fuego había sido
creado y que había sido robado.
trabajos citados
Apuntes tomados de la clase "Cultura literaria" de la carrera de Comunicación, Universidad Panamericana Campus Guadalajara.
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